miércoles, 7 de diciembre de 2005

Pilomancia

Ya no leemos las vísceras de una pobre gallina muerta porque sí (o porque el hambre apremia). Somos mucho más civilizados. Hemos pasado inmaculados también frente al riesgo de la quiromancia. El Tarot ya no nos hace cosquillas siquiera y nos reímos burlonamente de las runas en su modalidad adivinatoria. Una bola de cristal se nos antoja anacrónica.
Un nuevo método asoma de la mano de las mujeres que (por suerte) se duchan.
Lo nuevo es, sin duda, la pilomancia.

Ellas son hermosas. Buenas. Amables. Las adoramos. Hechas estas salvedades, vamos al desarrollo de la imbecilidad en cuestión:

Ellas se duchan. Es una suerte, claro está. Tampoco es un descubrimiento que me deparará un premio Nobel. Ya se sabía que las mujeres acostumbran ducharse; con mayor o menor regularidad, pero mal que mal, si tienen la chance, cada tanto se bañan.
Los subproductos de una persona que se ducha son varios: vapor condensado en el espejo, idem en los azulejos, algo de ropa tirada. Lo normal, claro.
Ahora bien, ingrese Ud., estimado amigo, a ducharse una vez que su mujer/novia/amante ocasional/amiga que lo ha confundido/amiga que se ha confundido/etc., ha salido ya del baño. Revise el sector correspondiente a ducha/bañadera. Es probable (más de un 30%) que encuentre Ud. una mata de pelos pegada a los azulejos, a una altura no inferior a los 90 cm. y no superior a los 180 cm. Suelen ser muchos pelos. Pelos de mujer. Largos, generalmente (las mujeres de pelo largo adscriben a esta moda más que las que llevan el pelo corto). Esos pelos, adheridos por obra del agua (y de las manos y arte de la mujer en cuestión) a los azulejos no lo están de modo caprichoso. Nones. Tal como la borra del café o la disposición de las várices de una vieja nacida un 1° de enero, conforman un dibujo que ha sido trazado por la mano del destino. Por una fuerza que cruza los tiempos para depositarse sobre un instante que permite su vista y, en el caso remoto de que sepamos leer el mensaje, su interpretación.
No es cuestión de caer en la simpleza de las adivinaciones de raigambre zodiacal y barata, en las que ser de géminis augura la multiplicidad de personalidades u opciones (dos, al menos) o que ser de libra implicará por fuerza mayor un equilibrio y una madurez superior a la del resto de los mortales o que ser de capricornio deparará lucir una cornamenta por los tiempos de los tiempos, amén. No, nada de eso. El pelo rubio, morocho, pelirrojo, teñido de verde, lacio o enrulado (lo mismo da) susurra en nuestra mirada el derrotero inmutable que guiará nuestro futuro. En la disposición de esos pelos podrá verse (si se quiere) un nuevo amor, un viejo amor reencontrado, una bicicleta de paseo, la vida, la muerte, una pelota Pulpo, el deseo, la pasión, el amor, una picada con mortadela, esas cosas, en fin.
La Pilomancia ha llegado para quedarse.
Dejemos de quejarnos y agradezcamos la oportunidad que gratuitamente se nos brinda si tan sólo aprendemos a leer los arabescos capilares que nos obsequian, desinteresadamente, las mujeres.

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