sábado, 29 de diciembre de 2007

Blockbuster y la accesibilidad

En la esquina de la avenida Gaona y la calle Bufano, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hay un local de la afamada cadena de alquiler y venta de videos Blockbuster. Esta gente (la de esta empresa) ejerce un ridículo criterio a la hora de aplicar su derecho de admisión.
Para acceder al local en cuestión hay que subir una escalera que lo llevará hasta, digamos, algo así como un metro y medio por encima de la vereda (puede que le yerre en el cálculo, sabrán disculpar). Recién allí, uno deberá tocar un timbre que hará que algún solícito empleado presione a su vez el botón que le permitirá a Ud., cliente de Blockbuster, abrir la puerta de entrada. Ya finalizada su misión dentro del local de marras, el cliente saldrá por una puerta cercana a aquella por la que ingresó y descenderá por la misma escalera hasta la vereda, y una vez allí, bueno, es su problema, haga lo que quiera, muchas gracias.
¿Cuál es el tema, entonces?
Bueno, el tema es, por ejemplo, una mujer con su bebé en un cochecito. O una persona en silla de ruedas. O alguna otra persona con muletas. O alguien que, por su edad, le cuesta mucho andar subiendo y bajando escaleras.
Claro, cualquiera de ellos podría usar la rampa. Es cierto. Perdón, me corrijo: sería cierto si hubiera una rampa. No la hay.
Una vez le comenté acerca de esta situación a un empleado del local que, no sin cierta lógica (y con sobrada buena voluntad) me comentó que si alguien tuviere dificultades para acceder al local, cualquier empleado —él mismo, o tal vez otro— podría ayudarlo. Agradecí su comentario y me las tomé, me fui con un sabor amargo, sin decirle que desde la vereda no hay forma de llamar fácilmente la atención de los empleados de Blockbuster. El timbre está disponible sólo habiendo subido la escalera (y a una altura que no le facilitaría la tarea a alguien en silla de ruedas si hubiera subido por una hipotética y eventual rampa). Los gritos tampoco surtirían demasiado efecto mientras pasan los autos, camiones y colectivos por la avenida Gaona. Cuando el semáforo corta el tránsito por Gaona, quizás, pero no creo que esa sea la propuesta de accesibilidad de Blockbuster (¿o sí?). Podría acompañarse los gritos con un amplio movimiento de brazos, cual espástico molino de viento. Quizá esta opción también figure dentro del Manual de Usuario de la empresa Blockbuster. No lo sé. No me atrevería a desmentirlo, tampoco. Así como hay empresas especiales que nos sorprenden con productos especiales (Apple, por ejemplo), hay otras que se las ingenian para ser especiales en otro sentido. Blockbuster, por ejemplo. Veamos otra rama más de este hermoso árbol de actitudes de esta amable empresa. Mejor aún, veámoslo desde un caso hipotético y probable: Ana se mueve por todos lados en su silla de ruedas. Es bastante independiente. Tiene un auto especialmente adaptado, y para entrar en él y sujetar y asegurar la silla de ruedas no precisa ayuda de nadie. Ana va hasta el Blockbuster y, sabiendo que no podrá acceder desde la vereda, ingresa su auto en la cochera que esta empresa pone a disposición de sus clientes (es un lindo gesto, lo admito), y lo estaciona en el espacio señalizado como prioritario (¿o exclusivo?) para discapacitados (o gente de movilidad reducida o... no sé, el eufemismo que más les guste). Hasta acá venimos más o menos bien. Por un lado Ana no podría entrar desde la vereda (lo cual está mal), pero por otro lado Blockbuster tiene una cochera para clientes de paso (eso está bien) con un lugar para gente como Ana, entre otros (eso está MUY bien). Sigamos. Ana se baja de su vehículo. Está en la cochera. No hay nadie más (es una hora temprana para ir al videoclub). Ana tiene dos formas de salir de la cochera:
1) subir con su silla de ruedas por la rampa por la que accedió a la misma, para así llegar a la vereda (y por consiguiente no poder entrar a Blockbuster).
2) subir por un acceso directo que la deposita frente a la puerta de entrada al local. Claro que esta subida es por una estrecha escalera y Ana no puede subir por ahí.

Bueno, che, no seamos quisquillosos; nadie le impide a Ana quedarse jugando, corriendo libremente en su silla de ruedas, explorando la cochera, jugando a esquivar las columnas de material, probando a ver si hay eco, etc.

O bien (¡me olvidaba la tercera opción!)...
3) Volver a su auto, salir de la cochera, y asociarse a OTRO videoclub con políticas de derecho de admisión —escritas o tácitas— menos odiosas.

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viernes, 28 de diciembre de 2007

Pensamientos compulsivos

¿No le sucede, estimado/a Usted, que no puede dejar de tener ciertos pensamientos, bien específicos, ante ciertos estímulos? ¿No le pasa que, frente a ciertas preguntas o frases, mentalmente responde con alguna línea que —seamos sinceros— se repite siempre frente a situaciones similares? ¿No halla que ha logrado cierta convivencia con estas introspecciones obsesivas pero que, al mismo tiempo, no puede dejar de notarlas cuando se hacen presentes?

Hace un tiempo, un año quizás, escuché una pieza de publicidad radial por demás interesante. Sugestiva, como verán. En este caso, se hacía publicidad de una empresa de transporte colectivo de pasajeros, los ya conocidos ómnibus de media y larga distancia. Esta empresa, orgullosa (quizá con razón) de poseer la mayor cantidad de unidades de transporte, anunciaba por radio varias bondades y ventajas de viajar en sus micros (ómnibus). Luego de una corta pero eficaz enumeración de las características positivas que eran de rigor esperar, el locutor terminaba con un "La Pachorra... ¡La mayor flota!". Obviamente "La Pachorra" no era el nombre de dicha empresa, pero no es el caso. El caso es que el mensaje intentaba transmitir que "La Pachorra" tenía la mayor flota de ómnibus de larga distancia en el país, pero todo lo que yo podía pensar luego de "¡La mayor flota!" era "...y la menor se hunde".

Y lo peor de todo es que lo cuento.

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Recuperación de identidad electrónica

Esta entrada es simplemente para contar que he recuperado mi identidad electrónica, así que aquí vamos.
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