jueves, 15 de diciembre de 2005

Abra por aquí (o pequeñas obsesiones)

Algunos se abstienen de pisar la unión entre baldosas. Caminando por cualquier vereda se los reconoce fácilmente. Otros sienten la imperiosa necesidad de hacer todo una cantidad par de veces. Si se rascan la oreja izquierda, luego deben rascarse la oreja derecha. ¿Eso implica hacerlo con la misma mano o con la otra? Por las dudas, la operación se hará en toda su complejidad, y finalmente se habrá cometido una rascada cuádruple cuando una simple bastaba.
Bien, reconozco haber caído, de chico, en la tentación de la superstición baldosal. Tuve un período de un mes, aproximadamente, en que no había amenaza ni promesa que me hubiera hecho desistir de mi repulsión a pisar la separación entre baldosas. Llegué a evitar veredas de baldosas muy pequeñas, para no verme obligado a, por medio de mi pisada prohibida, poner en peligro al universo. Hoy el tiempo ha pasado y ya más grandecito he abandonado esas pavadas. O, más bien, a fuer de ser sincero debo confesarlo: las he cambiado por otras.
Sucede que le hago caso a los sobrecitos de mayonesa. Y a los de mostaza. Y a los de Ketchup.
mayonesaEn una de las esquinas tienen una leyenda que dice abra por aquí, o algo por el estilo. Pues bien, yo SIEMPRE abro por ahí. Sé que podría abrir por cualquiera de las otras esquinas del bendito sobre de condimento y nada cambiaría. Sé que no hay cálculo alguno de resistencia de materiales ni aprovechamiento tecnológico alguno que haga que los benditos sobres se abran más fácilmente por una de las esquinas que por otras. Así y todo, yo les hago caso. Obedientemente abro por ahí. Y no es que sea siempre fácil. A veces uno termina estirando una capa de plástico que se desprende de otras capas que debieron haber sido —digámoslo: estamos convencidos de ello— más solidarias. Es así que la capa de policualquiereno abandonada se estira como no debió haberlo hecho (debió haberse cortado siguiendo la línea punteada de abra por aquí) y la distribución de la mayonesa sobre la comida a condimentar torna en una maniobra algo más sucia e incómoda porque todo aquello que sale por la despareja abertura tiende a quedar sobre el plástico estirado y no sobre el Combo 6 o la ensalada o lo que fuere que uno va a ingerir.
No hay nadie en Hellmanns ni en Dánica ni en Fanacoa ni en Heinz que se encargue de que los sobrecitos se abran más fácil en abra por aquí. Sin embargo yo insisto. Quizá con mi conducta obstinada pueda convencerlos de que hay alguien que realmente sigue las instrucciones y que entonces quizá valga la pena hacer que estén justificadas por un hecho real y concreto: la aplicación de la tecnología moderna del envase al servicio del usuario que quiere cortar el sobrecito por donde se le indica. Si no, ¿a qué viene la impresión del abra por aquí? ¿Para qué lo imprimen si no va a cumplir una función? La respuesta es lógica: se están adelantando a los hechos. Más pronto que tarde (e incluso que nunca) pondrán en marcha la reestructuración de la cadena de envasado permitiendo, finalmente, que los sobrecitos deban abrirse por donde deben. Y más aún: creo que se haría necesaria una campaña de educación de los usuarios. Con reforzar las otras esquinas con titanio y/o kevlar se logrará que tanto desaprensivo comprenda que si en una esquina dice abra por aquí es abra por aquí, qué tanto.

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miércoles, 7 de diciembre de 2005

Pilomancia

Ya no leemos las vísceras de una pobre gallina muerta porque sí (o porque el hambre apremia). Somos mucho más civilizados. Hemos pasado inmaculados también frente al riesgo de la quiromancia. El Tarot ya no nos hace cosquillas siquiera y nos reímos burlonamente de las runas en su modalidad adivinatoria. Una bola de cristal se nos antoja anacrónica.
Un nuevo método asoma de la mano de las mujeres que (por suerte) se duchan.
Lo nuevo es, sin duda, la pilomancia.

Ellas son hermosas. Buenas. Amables. Las adoramos. Hechas estas salvedades, vamos al desarrollo de la imbecilidad en cuestión:

Ellas se duchan. Es una suerte, claro está. Tampoco es un descubrimiento que me deparará un premio Nobel. Ya se sabía que las mujeres acostumbran ducharse; con mayor o menor regularidad, pero mal que mal, si tienen la chance, cada tanto se bañan.
Los subproductos de una persona que se ducha son varios: vapor condensado en el espejo, idem en los azulejos, algo de ropa tirada. Lo normal, claro.
Ahora bien, ingrese Ud., estimado amigo, a ducharse una vez que su mujer/novia/amante ocasional/amiga que lo ha confundido/amiga que se ha confundido/etc., ha salido ya del baño. Revise el sector correspondiente a ducha/bañadera. Es probable (más de un 30%) que encuentre Ud. una mata de pelos pegada a los azulejos, a una altura no inferior a los 90 cm. y no superior a los 180 cm. Suelen ser muchos pelos. Pelos de mujer. Largos, generalmente (las mujeres de pelo largo adscriben a esta moda más que las que llevan el pelo corto). Esos pelos, adheridos por obra del agua (y de las manos y arte de la mujer en cuestión) a los azulejos no lo están de modo caprichoso. Nones. Tal como la borra del café o la disposición de las várices de una vieja nacida un 1° de enero, conforman un dibujo que ha sido trazado por la mano del destino. Por una fuerza que cruza los tiempos para depositarse sobre un instante que permite su vista y, en el caso remoto de que sepamos leer el mensaje, su interpretación.
No es cuestión de caer en la simpleza de las adivinaciones de raigambre zodiacal y barata, en las que ser de géminis augura la multiplicidad de personalidades u opciones (dos, al menos) o que ser de libra implicará por fuerza mayor un equilibrio y una madurez superior a la del resto de los mortales o que ser de capricornio deparará lucir una cornamenta por los tiempos de los tiempos, amén. No, nada de eso. El pelo rubio, morocho, pelirrojo, teñido de verde, lacio o enrulado (lo mismo da) susurra en nuestra mirada el derrotero inmutable que guiará nuestro futuro. En la disposición de esos pelos podrá verse (si se quiere) un nuevo amor, un viejo amor reencontrado, una bicicleta de paseo, la vida, la muerte, una pelota Pulpo, el deseo, la pasión, el amor, una picada con mortadela, esas cosas, en fin.
La Pilomancia ha llegado para quedarse.
Dejemos de quejarnos y agradezcamos la oportunidad que gratuitamente se nos brinda si tan sólo aprendemos a leer los arabescos capilares que nos obsequian, desinteresadamente, las mujeres.

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