El tipo estaba visiblemente enojado. Iba sentado en el 113, del lado de la ventanilla. Le calculé, grosso modo, unos 40 años. Sacó un libro cuya tapa no llegué a ver bien (me gusta ver qué lee la gente en los bondis). Era uno de esos de tapa dura, pero económicos. Ni bien comienza a leer, le suena el celular. Lo mira. Quiere ver quién lo llama. Atiende.
—¿Sos vos? ¿De dónde me llamás? No aparece tu número acá.
Pausa. La cara del tipo toma color.
—Mirá, si seguís jodiéndome te meto una denuncia—. El tipo, se ve, está harto. Se ve, también, que no es de ahora la cosa, que viene de hace rato. —No me importa—, dice el tipo, —es TU problema, no el mío, así que dejá de joderme, dejá de romperme las pelotas.
Llegado este punto, las otras dos personas que van paradas en el bondi campanean y miran al tipo que habla por celular. Yo tengo la ¿suerte? de estar, de entrada, parado justito a la altura de la hilera de asientos donde el tipo viaja nada apaciblemente.
—Sí, claro que puedo—, dice el tipo. No sé a qué contesta, lamentablemente. —Como poder, también puedo querer que me dejes tranquilo o que te mueras, pero no sucede ninguna de las dos cosas.
Hace otra pausa, se ve que presta atención.
—Bueno, hablalo con tu psiquiatra; yo lo voy a hablar con un abogado. Casualmente estoy yendo ahora a su estudio porque voy a tomar un cafecito con él. ¿Te acordás de Claudio, mi amigo de fútbol? Bueno, es abogado, así que voy a aprovechar y a hablar de vos con él. Y mejor que dejes de joderme porque Claudio, si te tiene que dar una patada en el orto, se asegura de que te duela tanto que no te quedan ganas de molestar después, así que no me rompas más las bolas. Pensalo bien, ¿sí?
Y cortó, el tipo. Cinco cuadras después me bajé del bondi sin que volviera a sonarle el celular.
No supe si era una ex novia o ex esposa. O un ex socio. O un ex jefe. O quién sabe quién.
Linda frase: Quién sabe quién.
Mientras caminaba un par de cuadras para tomarme el subte (bondi y subte, ¡uf!) fui haciéndome una película, como siempre hago cuando escucho conversaciones ajenas.
Después me olvidé del tema hasta una semanita más tarde, cuando nuevamente me crucé al tipo en el 113. Se ve que venía conversando (otra vez con su celular). Iba parado. —Sí, hoy es el velorio—, dijo. —Bueno, dale, dale, llamame al mediodía—. Y cortó.
No supe más del tema. Me volvía loco por saber si había una conexión entre ambas charlas, quién era la persona de la conversación primera, qué sucedió, algo, algo al menos. No tuve suerte y, lógicamente, no me atreví a preguntar.
Me bajé del bondi, y acá estoy, escribiendo para no olvidarme. Por ahora es "guardar ahora", pero uno de estos días le doy click a "publicar entrada".